lunes, 2 de enero de 2017

Así como que escribo


Quizás una de las principales desmotivaciones para escribir lo que sea es creer que uno no posee la experticia necesaria para hacerlo. Y es válido. Mal que mal, no a todos les viene sencillo el ejercicio de articular palabras para expresar lo que se piensa. Es más, a veces ni siquiera se posee la habilidad de darle forma y sentido a lo que se piensa. Muchas veces las ideas flotan en la mente, van entrelazándose, a veces se conectan, forman ideas más grandes y finalmente se logra un constructo interesante. Muchas veces no es así. La mayoría de las veces no es así.

La verdad es que se necesita cierta dedicación para poder darle forma a las ideas. Si bien no siempre es necesario sentarse en un lugar tranquilo, sí requiere hacer un alto y, mediante un esfuerzo consciente, fraguar aquello que existe de manera difusa, amorfa, ambigua. No todos lo logran porque indudablemente requiere de más o menos trabajo. También es cierto que muchos escritores no son buenos concentrándose y que escriben casi al mismo tiempo que piensan. El nivel de concentración o la habilidad de concretar algo del escritor no siempre influye en la calidad del mismo, repito, no siempre.

A veces el escritor requiere que su texto se entienda de manera exacta, inequívoca. Por ejemplo en los textos científicos. A veces el escritor requiere tan solo expresarse y da libertad de interpretación a su obra. Por ejemplo en la poesía simbolista. Ambos son tipos de escritura, ambos son texto. Pero el efecto que generan, o sus autores buscaron generar, son diferentes.

Entonces, a fin de cuentas da igual el grado de habilidad que se tenga para escribir. A veces da igual incluso el tener las ideas claras. Bajo esa premisa se sustenta la siguiente afirmación: cualquiera puede escribir. Cualquiera que sepa unas cuantas palabras y haya leído uno que otro libro puede escribir lo que se le antoje. El detalle está en su pretensión, en qué busca ¿simplemente expresarse? ¿Cambiar la mente del lector? Ese discernimiento siempre le corresponde únicamente al autor, no al editor ni a nadie más. Al igual que su capacidad literaria.

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